20 septiembre 2005

Sueños Frustrados de un Mulder sin Talento

Desde que recuerdo he tenido la inquietud de algún día convertirme en un buen escritor. ¿De qué?, he ahí el primer problema, me gustaría escribir cuentos o novelas, también artículos de divulgación en una revista científica, una columna de noticias, e incluso en la sección de deportes de algún diario, y como obviar los siempre polémicos ensayos.

A pesar de eso, nunca me había sentado a escribir nada hasta que abrí este blog, y aún así, y aunque he mejorado varios aspectos de vital importancia para un escritor de mediano perfil, ya no digamos bueno (solo vean la ortografía del primer mes, la falta de acentos, o el mal uso de ellos, signos de puntuación mal empleados, etc), nunca había intentado hacer algo que requiriera gran trabajo creativo de mi parte. Hoy publico aquí mi primer cuento. Me gustaría justificarme diciendo que si es malo es porque se trata del primero, que con el tiempo lo haré mejor, pero siempre me han dado asco las personas que se escudan tras cualquier pretexto, se que el que es bueno lo es desde el principio. La historia se me ocurrió escuchando GY!BE – I’ll Be There When You Die mientras lavaba el carro. Una idea absurda que fue mutando y cambiando de escenario hasta que por fin se convirtió en lo que es. Si no les da flojera (vamos, no esta tan largo, he escrito cosas más grandes) y están dispuestos a leer algo de menor calidad a lo que sería recomendable, les presentó este cuento, que se titula Libertad a falta de un encabezado mejor.

Libertad

Era una de esas horas en las que por más que le busques, no hay alguna actividad que requiera de tu atención, una de esas horas tan comunes para él. Reposaba sobre su cama, leyendo un libro que contaba las anécdotas de Gonzalo de Córdoba, aquel gran guerrero español de mediados del milenio pasado, general que jamás perdió una batalla, hombre que lideraba y dirigía a sus hombres desde el campo de batalla, batiéndose hombro a hombro con ellos, no como otros que solo dirigen a 300 metros de distancia, donde están a salvo. No, él era feroz, ambicioso, inteligente, decidido, honorable; el mejor guerrero que la península ibérica ha conocido sin duda alguna. Este capítulo era particularmente interesante, hablaba de la expulsión a los franceses que comandó en Nápoles…

-¡Rodríguez! –gritó una voz proveniente del fondo del pasillo. Él se incorporó rápidamente, dejó el libro a un lado y miró a su compañero sorprendido.

-Visita –replicó la ya más cercana voz-. Que raro –pensó, no era común que lo visitaran en esos días del mes, después de todo solo su hermana Diana lo hacía, y siempre a principios, pero hoy era 18.

Se acercaron tres guardias, tardaron algunos segundos en hallar la llave correspondiente, y finalmente abrieron. Él ya estaba de pie, ansiaba saber quién lo había ido a visitar, y no es que esperara a alguien, al contrario, le gustaba que solo Diana lo viera, pero, ésta no era una fecha común para ella, la curiosidad se hacía presente en su estómago. Caminó los casi 250 pasos que son de su celda a la sala de visitas, sí, los había contado, después de dos años de caminar esa distancia cada mes, ya sabía cuantas veces era necesario mover las piernas para llegar ahí. No lo hizo más rápido de lo normal, no porque no estuviera ansioso, sino porque su mente se ocupada de imaginar quien lo habría visitado, estaba casi seguro que era su hermana otra vez, pero… si era ella, debería ser por alguna razón, nunca antes había cambiado su día usual de visita. Recorrió los últimos 10 metros con un oscuro pensamiento en la cabeza y una extraña confusión, esperando no ver a Diana, porque significaría malas noticias, pero tampoco le gustaría ver a alguien más.

Finalmente llegó, entró a aquella sala llena de mesas, que de estar ubicadas en otro lugar, bien podrían servir para un día de campo: rectangulares, largas, con una barra plana de cada lado que funge como asiento. Eran 6 mesas, dos filas de tres, y un guardia para cada una, además de dos en la puerta; él conocía a la perfección el procedimiento: las manos sobre la mesa, cualquier movimiento sospechoso, y de inmediato sería regresado a su celda, concluyendo así la visita.

Al entrar a la habitación de inmediato ubicó a Diana, su mente se nubló y rápidamente comenzó a sacar conclusiones. Sabía que no estaba equivocado, pues el semblante de su hermana no era el mejor, era más bien bastante notorio que ella sentía alguna pena.

-¿Qué sucede?, ¿qué paso?, dímelo de una vez mujer –dijo antes de si quiera sentarse– es Germán, ¿verdad?, te esta tratando mal otra vez, ¿te golpeó?, dímelo y te juro que en cuanto salga de a…

-No –Diana interrumpió, pero sin perder el semblante de tristeza-, Germán y yo estamos bastante bien, él tiene un empleo, desde hace año y medio, ¿recuerdas?, ha dejado su alcoholismo atrás, de verdad se está esforzando, y hasta ahora vamos muy bien.

-¿Entonces?, ¿los viejos están bien?, ¿algo les pasó? –preguntó sin disminuir la ansiedad.

-No –dijo Diana de nuevo-, ellos siguen bien, a pesar de su edad tienen muy buena salud, quien tiene un problema es... –hizo una pausa y miró al suelo.

-Dímelo ya mujer, sabes que los rodeos me desesperan –dijo en un tono más fuerte, la única razón por la que no gritó es porque sabía que eso hubiera provocado el final de su visita.

-Es Laura, le detectaron cáncer, está invadida, etapa terminal, 3 meses máximo fue el pronóstico, apenas me enteré vine a decírtelo –dijo ella, observando como la cara de su hermano cambiaba por completo, jamás lo había visto tan triste, ni siquiera cuando lo condenaron dos años y medio por robo a mano armada-, es en la garganta.

-¿Todavía vive con su madre? –preguntó él calmadamente.

-Sí, todavía –contestó ella de manera tímida.

-Guardia, esta visita ha terminado –dijo él de manera enérgica, volteando hacia su derecha, sin retirar las manos de la mesa-, gracias por decírmelo Diana, siempre has sido una gran hermana –fue lo último que dijo mientras lo retiraban de la sala. Ella se quedó ahí, sentada, con la mirada perdida, hasta que otro guardia la “invitó” a abandonar el lugar.

Ésta vez no contó los pasos de regreso a su celda, no charló con los guardias como de costumbre, ni siquiera bromeó con su compañero al entrar de nuevo a su “habitación”. No, tenía la mente demasiado ocupada.

Laura, ese nombre que le significaba tanto, esa mujer a la que le prohibió visitarlo, y que solo lo entendió después de dos ocasiones en las que él se negó a salir. La mujer por la que robó, bueno, al menos lo intentó. Definitivamente no era una relación perfecta, estaba muy lejos de serlo, pero se amaban, él la amaba. Sobra decir que silenciosamente llevaba la cuenta de los días que le faltaban para verla de nuevo, 6 meses, 183 puestas de sol, pero, ja, vaya ironía, ahora ella solo tenía la mitad de tiempo de vida.

Fugarse, tenía que fugarse, ¿pero cómo?, nadie lo había hecho en 40 años, y él, que siempre había sido un gran observador, durante dos años que llevaba dentro jamás vio algún descuido, alguna oportunidad, es más, ni siquiera escucho a nadie no digamos planearlo, sino fantasear con ello, ni a los más viejos. Definitivamente esa opción estaba descartada, y no es que le faltara amor por ella, eso sobraba, pero salir de ahí no era posible. Tenía que hablarle.

Le costó dos semanas ganarse el derecho a una llamada, no cualquiera puede hacerlo, no desde ahí. Afortunadamente el siempre había tenido un buen comportamiento, y eso, aunado a que le debían algunos favores, en gran parte gracias a que –como ya mencioné antes– siempre ha sido un gran observador, le permitió obtener los “permisos” necesarios para merecer tal concesión.

Eran ya dos años sin escuchar su voz, más no sin dejar de saber de ella; no tenía su foto, pero no la necesitaba, el recuerdo de su mente era tan fresco y tan detallado que incluso el más vivo retrato jamás pintado no era más que una pálida imagen a su lado. El cabello castaño oscuro, largo, caía sobre sus hombros, la boca pequeña, labios delgados, una nariz que para nada cumplía con el prototipo de belleza tradicional, ésta más bien era un poco aguileña, pero como le gustaba; los ojos grandes, redondos, cafés, le encantaba verse en ellos. Ese cuerpo delgado, esbelto, los hombros frágiles, la cicatriz en el abdomen; no era muy alta, apenas le llegaba a la barbilla; las piernas ligeramente chuecas, pero bien torneadas, la piel tan blanca que cuando dormía parecía que estaba muerta. Laura, toda Laura y ahora, o por lo menos pronto, ya no más.

Cogió el auricular del teléfono, sabía el número de memoria, año y medio marcándolo diario no pasan en vano, aunque hace un par de ellos que lo hizo por última vez. Se quedó mirando fijamente los números, sabía perfectamente con cual empezaba, conocía la secuencia de memoria, podría haberlo marcado con los ojos cerrados, pero no esta vez. Se sentía como la primera vez que la llamó, recordó como la conoció, recordó como cuando apenas habían intercambiado algunas palabras, él animado por el alcohol le pidió su teléfono, y ante toda expectativa, ella se lo dio. Laura. Trató de imaginar la reacción de ella al saber de su enfermedad, ella era fuerte, aunque no lo aparentara, seguro no le gustó (vaya conclusión, ¿a quién le gustaría morir?, seguro no a alguien que amara la vida como ella), pero también, siempre atenta por los demás, seguro nunca perdió la calma frente a sus seres queridos, aunque a solas llorara, ella lloraba, y él lo sabía.

Comenzó a teclear los dígitos que lo llevarían a escuchar su voz, por fin después de dos años. Mientras escuchaba el tono su corazón latía tan fuerte que tuvo que sentarse. Tres timbrazos y…

-¿Bueno? –dijo una voz tímida. Era ella. Cuando le prohibió ir a visitarlo no fue porque no quisiera verla, simplemente no quería que tuviera ese recuerdo de él, no quería que jamás lo relacionara con esa etapa tan oscura y difícil para él. Juró que no iba a decirle una sola palabra mientras estuviera ahí dentro, pero ahora, estaba a punto de romper su promesa.

-Hola –dijo con un tono de voz suave mientras cerraba los ojos, calmado, resignado. Por supuesto, ella también supo de inmediato de quien se trataba.

-Pero, no puede ser, dijiste que no querías que yo supiera algo de ti mientras estabas dentro, me prohibiste llamarte y ahora, y …

-Lo sé –interrumpió él-, pero –hizo una pausa- no, no puedo –otra pausa- tenía que hablarte, saber como te sientes, no puedo dejarte así en estos tiempos.

-Gracias, me da gusto escuchar tu voz –otro silencio– me va bien, ni siquiera tengo que molestar a mi familia con los gastos de la quimioterapia, no tendría sentido dijo el doctor.
-Solo te pido que resistas, hasta que yo salga de aquí, y entonces –replicó-, juntos lucharemos, vamos a salir de esto, te lo juro.

-Nunca vas a cambiar –dijo ella con un tono un poco más alegre, contrastando con lo fúnebre que había sido la conversación hasta ese momento, pero de inmediato se perdió ese matiz-, no hay salida, solo puedo aprovechar este tiempo que me queda para agradecer a la gente que me ha querido, que me ha cuidado, no estoy triste, no me faltaron vivir muchas cosas, y aunque nunca tendré un hijo, ni lo veré crecer, no le daré consejos a cerca de chicas, o chicos, quien sabe; no lo regañaré por llegar con una baja nota o haber peleado con un compañero de escuela o la consolaré por haber discutido con su mejor amiga – se le quebró la voz por un instante, pero de inmediato recuperó el animo -, sí, hay muchas cosas que ya no veré, pero mi vida ha sido muy buena, prefiero quedarme con eso que sentir nostalgia por lo que nunca probaré. Y aprovechando que me llamaste, ¡Dios, que gusto me da que lo hayas hecho!, quiero agradecerte a ti por haberme dedicado tanto tiempo, tantos cuidados, tantas atenciones, ¿te acuerdas cuando te correteó la policía por pintar en la barda de la casa de enfrente de la mía que me amabas?, por todo eso, por los planes que hicimos y nunca podremos cumplir, pero sobre todo por los que si llevamos a cabo, por cada vez que me hiciste el amor, por cada tarde que paseamos tomados de la mano, por las veces que me cuidaste cuando me emborrachaba, o por ser tan gracioso cuando eras tú al que se le pasaban los tragos, por todos las bromas que hacías acerca del aspecto de mi padre, y por ese pretexto idiota que me pusiste cuando se te olvidó nuestro aniversario. Por todo eso gracias, no me queda más que agradecerte en esta vida y en la otra.

-No digas más –dijo él aguantando las lágrimas-, ésta no es una despedida.

-Sí, si lo es –contestó-, y es mejor que te hagas a la idea, así como yo ya lo asimilé, es más, debemos dejar de hablar, sabes lo mucho que te amé, lo mucho que te amo y eso es todo lo que necesitas saber, adiós, no me olvides, pero tampoco sufras demasiado cuando me vaya, solo quiero que sepas que no me arrepiento de nada, adiós.

-Adiós –dijo él resignado, solo para escuchar como colgaban del otro lado de la línea-, pero yo si, yo si me arrepiento –dijo todavía sosteniendo el auricular, como si ella pudiera escucharlo.

Él salió de inmediato de la habitación. Ella lloró 45 minutos junto al teléfono, sin que nadie lo notara.

Pasaron dos meses, dos meses en los que no volvió a quejarse mentalmente de la comida que le servían ahí, dos meses en los que no había tocado ese libro que tanto le apasionaba antes, dos meses sin bromear con su compañero, apenas intercambiando palabras con él, dos meses sin leer cualquier otra cosa, sin hacer nada más que yacer en su cama, con la mirada perdida.

-¡Rodríguez! –gritó una voz al final del posillo, esta vez se incorporo con un ritmo semilento, eran inicios de mes, la visita regular de su hermana.

Caminó de nuevo los casi 250 pasos que son de su celda a la sala de visitas, al llegar vio a Diana, no necesitó saber más, ella venía a decirle que Laura acababa de morir.

-Gracias –dijo sin siquiera sentarse, lo dijo tan suave, que pareciera que lo dijo más para él que para ella, dio media vuelta y se fue. Ella alcanzó a leer sus labios, entendió lo que significaba para él, lo vio salir de la sala a la que acababa de entrar hace dos segundos y supo que su labor estaba cumplida.

Tres meses después están liberando a un reo, nadie vino a recibirlo, sale por una de las puertas laterales. Los guardias que vigilan ahí han visto tantas reacciones al liberar a un preso: algunos salen corriendo, gritando, sonriendo al mundo que los acoge de nuevo; otros parecen un tanto desubicados, caminan lento y de manera desconfiada, con una expresión de susto en la cara, el encierro no es bueno para la salud mental, pero se van. Hoy están sorprendidos, jamás habían visto a alguien salir de ahí y de inmediato sentarse en el suelo, recargando la espalda sobre el muro de la caseta de vigilancia.

Él ya no quiere ser libre, ya no tiene a quien ofrecerse; ahora solo ve al tiempo pasar, sin esperar absolutamente nada. ¿Qué es la libertad?.

7 comentarios:

Changos dijo...

Estaría chido que, en lugar de que el wey estuviera en la cárcel, la vieja se fuera a vivir a otro lado (Como E.U) y que en lugar de llamarse (como se llame), se llamara marybel.

Pinche jotín.

El Mulder dijo...

Jajaja, pinche mamón, ve y chinga el pedazo de madre que te toca.

Anónimo dijo...

bien agente, lo felicito por su trabajo. Con el tiempo puede pulir detalles y obtener los resultados que desee

El Mulder dijo...

¿Director adjunto Skinner?, ¿es usted?, ¿garganta profunda?, o... ¿será el fumador?.

Tu-ti-tu-tu-ti-tu (música de los X-Files).

Lemus dijo...

Chale, ya cualquier pinche naco escucha GY!BE...

Anónimo dijo...

"nariz grande y aguileña"
jajajajajajajaja
no sera una fantasia tuya donde tu quieres ser la vieja del cuento?
OH! pero... es verdad
si eres tu!!
con razon anda tan de moda eso de que te la comes

como dijo tu carnal... pinche jotin

El Mulder dijo...

¿Nariz grande?, aguileña sí, pero ¿grande?, no mames, tienes pedos con tu lectura de comprensión.

Y con la vista también, yo no tengo naríz aguileña.

Y me dice jotín un anónimo, pffft.