Por tus pujidos nos cacharon

¿Qué alma cachonda no se ha visto en esa situación? ¿A quién no lo han agarrado arriba del guayabo? ¿Quién puede decir que ha vivido si no lo han descubierto matando el chango a puñaladas?

Y es que, aceptémoslo, todos, cuando se trata de sexo, solemos ser unos ansiosos (como lo dice la canción de Grupo Marrano). Cuando te agarra la calentura, te agarra por los huevos (o por los ovarios) y ya valió madres, así estés en misa, un avión o casa de tus suegros, nomás haces muecas, cruzas la piernita y andas buscando con la vista (medio borrosa) un rinconcito donde tú y tu quelite puedan hacer de las suyas cuanto antes.

Siempre es excitante ese riesgo a ser descubierto, intimar coger en lugares públicos tiene ese aire de peligro que tanto nos gusta, pero es diferente que te vea un desconocido a que te vea tu vecina, un hermano o… ¡¡tus suegros!!

Así pues, les traigo a ustedes, bola de morbosos ansiosos, la crónica de lo que le pasó al hijo del vecino del primo del tío de una amiga de mi hermana.

Los Ansiosos

Todo comenzó la calurosa tarde de un viernes cualquiera. Ellos habían quedado de verse para platicar acerca de los viejos tiempos, las nuevas vivencias y demás asuntos que realmente no les importaba mucho hablar. Fueron a un café, a caminar un rato, se detuvieron a platicar en una plaza y finalmente a un bar.

Él le estuvo tirando indirectas y directas todo el tiempo, ella las ignoraba al principio, después dejaba ver que las percibía pero las dejaba pasar a propósito. Por ahí, en algún momento, dejó entrever una respuesta prometedora a una de sus indirectas, aquí fue donde él, como todo macho conquistador dijo para sus adentros: “ya chin-gué”.

Finalmente en el bar, mientras discutían asuntos respecto a su pasado, él le robó un beso. Y a partir de ahí, todo valió madres. Después de unos cuantos arrumacos más, pagaron la cuenta y salieron del lugar.

Dicho antro está ubicado en el centro de la ciudad, ellos no habían llevado carro, pues ella vivía cerca, así que se fueron caminando a altas horas de la madrugada. Y ya saben cómo es eso: que unos besitos por aquí, que otros por acá, que frénate tantito, que así, que ay papito, que qué sabrosa estás, que fajamos tantito aquí, que bueno, que fajamos junto a ese arbolito, que qué rico, que ahora fajamos junto a esa camioneta, que ¡madres, ya nos prendieron las luces, corre!, que fajamos entre esos dos carros, que así, que ahora fajamos en esa banquita, que me molesta tantito, que fajemos en la entrada de esa casa, que escuché ruidos, que fajamos arriba de ese perro, que bueno, que ahí viene la patrulla, que hazte como que platicamos, que fajamos a la vuelta, que ¿por qué hasta allá?, que ya llegamos a tu casa, que ¿y ahora?

-Pues yo ya ando bien pinche caliente.
-Pues yo también, pero… ¿a dónde vamos?
-Pos tú eres 7 años más grande que yo, ya deberías de tener casa.
-Pues no tengo, pero tengo un terrenito.
-Vamos.
-No, queda muy lejos.
-Chinga, vamos a tu carro ya.
-Pero nos van a ver, los vecinos son bien chismosos.
-Son las 3 a.m. nadie nos va a ver.
-Ehhh… bueno.

Y repito, ya saben cómo es eso, estaban los dos, duro y dale, asiento del copiloto hecho cama, ella sentada sobre él que estaba acostado, poco a poco fuera ropa y que ritmo y que si te gusta así y que ohh sí y que de repente, ella se detiene y saluda con la mano hacia atrás mientras dice entre dientes y con voz baja: “mi papá”.

¡Madres! Este cabrón rompió record mundial, ni una milésima de segundo había pasado cuando ya tenía el pantalón abrochado y en su lugar… los calzones todavía en las rodillas y ella encima, pero los pantalones bien puestos. Ella regresó al asiento del conductor, y él, casi sin querer, miró por el espejo retrovisor, sólo para ver a un señor alejándose cabizbajo.

Uhhhta, lo primero que pensó este güey fue: “¡¡aaaaaaa la verga!!, va por el machete”, y estaba indeciso entre correr hacia la entrada o hacia el fondo y saltar la barda mientras ella sólo repetía: “no mames, no mames, no mames, mi papá me vio las nalgas”. Ya que pasó la crisis, ella le aclaró que su papá ya no saldría, así que procedieron a buscar los calzones de ella, es increíble que algo así se pueda perder en un carro, pero sucede, tres minutos para encontrarlos.

Se quedaron un rato ahí hablando, hasta que salió la mamá de ella y le dijo que ya era tarde, que se metiera. Se despidieron con la promesa de a la otra, si es que llegaba a haberla, ser más precavidos y cada uno tomó su camino, ella un tanto avergonzada con sus padres, él con una sonrisa disimulada en la cara y una graciosa anécdota para contarme.





Y seguro, mis estimados lectores, así como ésta, ustedes tendrán muchas anécdotas por contar, yo no. Ha de ser muy cagado revivirlas, o recordarlas. Les dejo de tarea: este fin de semana, o cuando muy tarde el siguiente que es fin largo (por los días santos), tienen que hacer cochinadas en algún lugar con cierto riesgo de ser descubiertos. Yo me voy.









Chinga, si yo ni tengo hermanas.